Cartas desde Costa Rica

Capítulo 1, o de cómo al final las obras quedan, las gentes se van, otros que vienen las continuarán, la vida sigue igual…

Me permito el lujo de perder algún que otro minuto de sueño para poder iniciar al fin mi prometida serie de misivas, no desde el centro del continente americano como alguien podría malinterpretar a raíz del título de las mismas, sino desde el mismo centro del continente madrileño. Y lo hago sin poder evitar que me embargue una mezcla de alegría y frustración al contemplar cómo este conglomerado de viejas glorias y glorias viejas no muestra síntoma alguno de echar en falta a uno de sus jugadores más carismáticos dentro y fuera de la cancha y, en menor medida, a otro buen jugador (peor persona) a la par que apostante empedernido. Es en el momento en el que alguien parte a otro lugar en busca de más y mejores fortunas, abandona a sus seres queridos o, en el peor de los casos, fallece, cuando no cesan los elogios y halagos hacia su persona, así como hacia sus distintas aptitudes y actitudes. Si en algún instante el corazón de uno que escribe se sintió recipiente de este tipo de alabanzas, manifiesto desde aquí que dicho sentimiento se ha esfumado de golpe y ha quedado anclado no en un bar, sino en el olvido, cual balonazo en el intestino grueso de cierto base de cuyo nombre no quiero acordarme, al ver cómo este atajo de sinvergüenzas denominado equipo por alguna broma macabra del diccionario sigue haciendo gala del mismo alarde “baloncestístico” que tan buenos resultados propició la temporada pasada.

Tras esta breve introducción dedicada a una más que merecida exaltación de mi persona y sin que sirva de precedente, pasaré a dedicar unas líneas a hablar de baloncesto, en décadas pasadas deporte de virtuosos, en la actualidad aglutinante de lo mejor de cada casa. Hace casi dos semanas tuve el inmenso privilegio de asistir al primer partido de la presente temporada desde el palco del polideportivo de Lasesarre gracias a la invitación de la directiva del equipo. A pesar de los insultos y descalificaciones proferidos contra mi persona por parte de familiares y simpatizantes de miembros de la plantilla, puedo afirmar que disfruté al comprobar que mis antiguos compañeros de equipo no solo dan la impresión de haber sabido conservar los puntos fuertes que nos llevaran a la gloria regional el curso pasado, sino que además han sido capaces de superar la otrora irreparable pérdida de los dos baluartes mencionados en la introducción al asumir los integrantes actuales, en mayor o menor medida, las funciones que ambos individuos desempeñaban dentro de la cancha. Otra cosa será llenar el vacío dejado fuera de la cancha y dentro de los bares, objetivo al que aspiran esta serie de cartas redactadas desde el exilio.

Aunque son ya horas de estar en los bares o, en su defecto, en la cama, pero desde luego no parapetado en un escritorio de diseño sueco, no me gustaría finalizar sin hacer público que hoy ha dado inicio mi periplo madrileño en lo que al deporte del baloncesto se refiere. Encubierto tras una falsa identidad de controlador aéreo, hoy he tomado parte en el primer partido de un torneo interempresas como miembro del equipo de la aerolínea que permite al Señor de los Triángulos viajar por la filosa cada vez que sale del país. Aunque hemos conseguido ganar, sin duda lo más destacado es que sigo conservando las cualidades de las que hice despliegue la temporada pasada: pírrica aportación ofensiva, gran despliegue defensivo y apología del nihilismo desde la línea de tiros libres.

Enhorabuena a todos. Sin duda, llegarán tiempos peores (para los ilusos, la botella siempre está medio vacía, cuando no vacía entera), pero disfrutad (disfrutemos) de los buenos.

Buenas noches y buena suerte.


El jugador anteriormente conocido como HM Borja